Estabamos a las afueras del Parque Isidora Cousiño. Un incidente nos acontece. Ha llegado el bus, pero nuevamente, el que pertenece al 1° B. Esta vez, los grupos no estaban regidos por cursos. Ahora los estudiantes se habían mezclado. El primero grupo, se fue hacia la mina. Nosotros esperaríamos hasta que el mismo vehículo volviera, para luego poder ir.
Gracias a Dios existe la conversación. De no ser por ella, la espera habría sido eterna. El bus finalmente llegó, y emprendimos rumbo a la gran y final travesía de nuestro viaje. Estabamos todos muertos de calor, el aire se hacía pesado. A muchos nos mantenía en pie la idea de conocer el tan famoso "Chiflón del Diablo".
El bus se fue del sector del parque y los museos, como volviendo hacia casa. Pero entramos a un sector de casas normales y corrientes, en donde ninguno pensó que se encontraría nuestro destino. La entrada, un gran portón, hacia un estacionamiento amplio y árido, no pavimentado. Nos bajamos, y como primer acto, nos formamos en dos filas, damas y varones, y nos dirijimos primero hacia el Pueblito Minero. Para esto, avanzamos por un pabellon, iniciado con un gran cartel de bienvenida, y seguido de una techumbre alta, y que oscurecía el lugar, a la derecha, teníamos un galpón en donde estaba el otro grupo equipándose con cascos mineros. A la izquierda, olvidados utencilios y maquinarias, marchitadas por el polvo y los años. Doblamos hacia la derecha, pasado los lugares ya descritos, y fuimos iluminados por el cielo azul. Nuestra vista presenció un lugar mucho más verde. Hacia la izquierda, una bajada en donde habían una especies de arcos de hierro, enormes y amarillos, y unas cuantas maquinarias, no viejas, pero en deshuso. A la derecha, un valle, en donde se formaba una especie de ronda de casas, y cerca del centro, no específicamente en este, habpia un columpio, que le daba un toque muy bonito al lugar. Este sitio era uno de los muchos en que grabaron la película Sub-Terra. Conocimos una pulpería, y una pieza de esa época, pero perteneciente a la gente de esfuerzo.
Luego, nos dirigimos hacia la techumbre, en donde nuevamente nos formamos en filas divididas por sexo. Del galpón, salió un hombre con casco, que indico el interior de este a las damas, para que pasaran a implementarse para bajar a la mina. Luego fue el turno de los hombres. A la izquierda, habían dos alumnos que no habían podido bajar a la mina porque la fobia no se los permitió. Al interior, a cada uno lo implementaban con: una especie de batería, que colgada de un cinturón, nos ponían en la cintura, de la cual salia un cable, que terminaba en una linterna redonda, que tenía que estar enganchada al casco que nos proporcionaban.
Luego de esto, nos dirigimos en la misma dirección que antes, pero ahora, pasamos de largo el sector del pueblo minero. Nos dirigimos, al Chiflón Carlos.
Después de cruzar la compuerta de inicio, caminamos unos 50 metros hasta llegar a una explanada no muy amplia, en donde al final había un ascensor bastante angosto, que lucía a simple vista muy inseguro. Comenzamos a bajar de a 6 o 7 personas. El ascensor nos llevaría a unos 40 metros de profundidad bajo el nivel del mar, equivalentes a 15 pisos de un edificio estandar. Los primeros (entre ellos, un miembro de este grupo), quedaron asombrados con la maravillosa imagen que era el comienzo de la mina. Lo mismo ocurrió con todos los demás. Ahora, nos dirigía un hombre, ya un poco gastado por los años, pero sólo físicamente. Don José Reyes, mas conocido, como ChePiero, era una verdadera biblioteca. Sabio, inteligente. Era admirable la facilidad con que explicaba hasta el mas mínimo detalle.
Él, nos indicó el camino a seguir. Nos llevó hasta la Compuerta N° 12, en donde subimos por una escalera de caracol, hecha de metal, hasta otro "piso" de la mina. Seguimos caminando, una vez que subieron todos. Don ChePiero nos saciava con información. Llegamos a un lugar en donde nos establecimos para una nueva explicación. En un momento, nos indicó que apagaramos las linternas de nuestros cascos. Fue un momento único. Uno no podía ver ni siquiera su mano, enfrente de su cara. Era como si no existiera nada más en el mundo que la oscuridad. Estuvimos al menos un minuto a oscuras. Cuando prendimos las linternas, el guía nos indico que siguieramos caminando. Llegamos a un lugar en donde había que agacharse para pasar. Por lo menos caminamos unos 100 metros de esta forma, y luego 50 más. Esto agregado al barro que había en algunos sectores, equivalió a desastre para algunos. Finalmente llegamos a la escalera final. Eran unos 30 metros hacia arriba, caminando por la cumbre, en la cual estaba establecida una baranda para poder sujetarse. Sin esta, varios habrían terminado por el suelo, ya que este estaba muy resbaladizo, gracias a las napas subterraneas.
Finalmente, volvimos al nivel del mar. Fueron aproximadamente 850 metros de travesía inolvidable. De esta manera, terminaba una de las experiencias mas lindas e innolvidables que hasta ahora nos ha tocado vivir.
Nos quitamos los utencilios, nos lavamos bien la cara, y nos dirigimos al bus. Creo que todos deseaban irse solo para descansar, pero apenas lo hicieramos, volver para poder vivir nuevamente la sensación de haber sido un hombre de pica, un dios del inframundo, un soldado del carbón, un valiente, que soportó las mas penumbrosas e injustas situaciones, pero que sin embargo, siguió en pie, para darle este hito tan grande a nuestro país.
Lamentablemente, cuando el motor del bus hechó a andar, volvimos a conectarnos con la realidad, nos dimos cuenta de que no hicimos nada de los trabajos entregados por los profesores, pero habíamos ganado al menos un poco de sabiduría y amor a nuestra cultura.
Última parada, Chiflón Carlos
Publicado por
Carbon y grisú
domingo, 1 de noviembre de 2009
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